Imagina que un día estás demasiado presionado por un proyecto y sales de tu casa a comprar algo que necesitas, tú estás caminando hacia una tienda, a lo lejos ves a una chica que te llamó la atención, en eso ella voltea a verte y tú la ves a ella, la chica te lanza una sonrisa y es la sonrisa más linda que has visto, te quedas parado un rato, pero ella se levanta de su asiento y e dirige hacia otro lado, mientras tú sigues pensando en esa sonrisa. Tú decides no hacerte ilusiones porque sabes que no eres bueno en las relaciones. Entras a la tienda y comienzas a buscar lo que necesitabas. Le das las gracias al cajero por haberte atendido y como estás volteándolo a ver no te das cuenta que hay alguien ahí cerca de ti y chocas con esa persona, le pides una disculpa y te das cuenta que la persona con la que chocaste es la misma chica con la que intercambiaste miradas. Le pides perdón y ella no se enoja ni te dice nada, comienzas a decirle que desde que la viste no pudiste dejar de pensar en lo hermosa que es su sonrisa. Ella se sonroja un poco, pero sonríe aún más. Es un momento algo torpe, pero genuino. Te presenta su nombre, y tú haces lo mismo. Resulta que ella también estaba comprando algunas cosas para un proyecto personal. Comienzan a platicar casualmente mientras caminan hacia la salida de la tienda, y aunque te da un poco de pena, te armas de valor y le preguntas si estaría dispuesta a tomar un café contigo algún día. Para tu sorpresa, acepta.
Al día siguiente, se encuentran en una pequeña cafetería cerca del parque. La conversación fluye como si se conocieran desde siempre. Descubres que es una persona cálida, amable y con una risa contagiosa. Es apasionada por ayudar a los demás y tiene sueños grandes, lo que te inspira profundamente. Al final de la tarde, ninguno quiere despedirse, así que acuerdan volver a verse.
Los días se convierten en semanas, y pronto están pasando casi todo su tiempo juntos. Salen a caminar, a ver películas, a explorar lugares nuevos, e incluso a cocinar juntos. La conexión entre ambos se hace cada vez más fuerte. Un día, mientras están en una feria local, te das cuenta de que estás completamente enamorado de ella. No puedes creer lo afortunado que eres al haberla conocido.
Eventualmente, formalizan su relación, y cada momento juntos parece salido de un sueño. Ella tiene la habilidad de hacer que cualquier día sea especial, incluso los más ordinarios. Te apoya en todo, te anima a perseguir tus metas, y siempre encuentra la manera de sacarte una sonrisa. Por tu parte, haces todo lo posible para que ella se sienta amada y valorada.
Después de varios años de noviazgo, decides que no quieres pasar ni un día más sin que sea parte oficial de tu vida. Planeas una propuesta de matrimonio única. Llevas a cabo una cena en un lugar que significa mucho para ambos, un pequeño mirador donde solían ver las estrellas. Mientras están ahí, con las luces de la ciudad como telón de fondo, le tomas la mano, le declaras lo importante que es para ti y le pides que se case contigo. Ella, con lágrimas en los ojos y una sonrisa radiante, dice que sí.
El tiempo pasa y forman una familia. Tienen dos hijos: primero una niña, luego un niño. Ambos heredan la sonrisa y el espíritu amable de su madre. Juntos, enfrentan los desafíos de la vida con amor y apoyo mutuo. Cada día, encuentras nuevas razones para enamorarte de ella, desde cómo cuida de los niños hasta cómo te hace sentir como la persona más afortunada del mundo.
Décadas después, ya mayores, se sientan en el porche de su casa, recordando todos los momentos hermosos que vivieron juntos. Hablan de sus primeras citas, las risas, los retos, y la vida que construyeron como equipo. Se toman de las manos, como siempre lo han hecho, y concluyen que, aunque el tiempo haya pasado, su amor sigue siendo tan fuerte como el primer día. Ella te mira con esa misma sonrisa que te enamoró desde el principio, y tú le agradeces por haber hecho de tu vida algo maravilloso.
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